Antes del comienzo de las presentaciones, y por lo tanto aun totalmente a ciegas, es el momento idóneo para soñar y para ilusionarse con un deporte que afronta uno de sus periódicos renaceres.

Todo apunta a que en aproximadamente 24 horas conoceremos el primero de los monoplazas que ocuparan la parrilla de 2022 -el Haas-, de esta forma, y realmente hasta que empiece la misma temporada con el GP de Bahréin, las expectativas de los aficionados pueden dejarse persuadir por todas las promesas lanzadas tanto por la organización como los equipos, dándonos margen para idealizar una temporada y una nueva era que marquen la diferencia respecto a lo que ya conocemos. Y si bien puede ser de ilusos a estas alturas volver a dejarse embaucar por un puñado de frases lanzadas al viento, lo cierto es que creo que si tenemos motivos reales para creer en una que 2022 suponga un cambio evidente respecto a lo que ya conocemos.

La ansiada igualdad

Una de las normativas más radicales de la historia de nuestro deporte ha sido la implantación de un límite presupuestario, el cual a ciencia cierta entró en vigor en 2021, sin embargo, su efecto igualador se hará más evidente con el paso de las temporadas. Para un mundo cada vez más polarizado en el que el “pudiente” cada vez ostenta más y el desfavorecido corre más riesgos de quedarse “con una mano delante y otra detrás”. El establecimiento de un techo que limite las ingentes cantidades que las grandes escuderías están dispuestas a invertir, supone un paso muy importante de cara a afrontar la desigualdad actual, donde existen grupos estamentales de equipos -clase alta, media tabla A y B, y la cola de la parrilla-, donde los dominadores se aprovechan de la fragilidad de los equipos que motorizan, convirtiéndolos poco a poco en sus bancos de prueba y filiales -equipos B- y donde todas las escuderías que llegan nuevas al gran circo tarde o temprano acaban por desistir, después entregarse a fondo sin recibir literalmente nada a cambio -equipos como HRT, Marussia, Caterham, y puede que Haas-.

A fin de cuentas, este es un deporte donde el dinero lo es todo, y entrar en dinámicas de malos resultados siempre pone en riesgo la continuidad de las escuderías que tienen por tanto menos capital a invertir, y por tanto acrecientan las diferencias con sus rivales, repitiendo estos resultados negativos. El límite de presupuesto no pretende o no puede acabar con este círculo vicioso por sí solo, pero al menos también dejará de contribuir a una polarización que estaba empezando a ser peligrosamente evidente.

Revalorizar el pilotaje

Si algo se le critica tanto desde fuera como desde dentro a la F1 es que, en gran parte de las carreras de la temporada, salvando contadas excepciones, los monoplazas solo son capaces de adelantarse en pista durante la primera vuelta o en rectas inmensas como la del circuito urbano de Bakú, haciendo que las carreras puedan convertirse en verdaderas procesiones, en las que si no fuese por las estrategias veríamos más bien poca actividad en pista. En cierto modo eso es verdad, y aunque según yo lo veo la emoción y belleza de la Fórmula 1 está por encima de esto, es cierto que cada vez necesitamos de rectas más largas y de diferencias de velocidad más abismales para poder cambios de posición. Para ello, la organización ha optado por tomar medias llamadas a ser la gran revolución, el efecto suelo -con sus ventajas e inconvenientes- parece que ha llegado para salvar la habilidad y capacidad de los pilotos, gracias a monoplazas más lentos, pero que generarán menos aire sucio, y permitirán que veamos a coches siguiéndose de cerca, sin importar tanto la estela que estos generen. De ahí que los pilotos más talentosos deberían de recibir estos cambios con los brazos abiertos, al igual que los aficionados, ya que esto debería revalorizar el rol del piloto, que son los que a fin de cuentas generan el espectáculo y se lo juegan todo en cada curva carrera a carrera.

Otra cuestión será la diferencia entre escuderías a nivel de desarrollo del monoplaza y competitividad, algo que realmente no sabremos hasta el mismo GP de Bahréin incluso puede que alginas carreras más.

Una nueva generación

A comienzos de 2017 la situación de los nuevos pilotos que aterrizaban en el campeonato era bastante decadente, desde que comenzase la era híbrida, la mayoría de los jóvenes corredores que se unían al campeonato eran la sombra de corredores con los que habíamos disfrutado años atrás. A excepción de Max Verstappen, tanto Sainz como Palmer, Magnussen, Stroll, Wherlein, Ericsson, Kvyat, Vandoorne … habían resultado bastante mediocres. A ojos de muchos la Fórmula 1 perdía el atractivo con monoplazas que seguían en la misma línea que en años pasados y con pilotos de renombre -Massa, Alonso, Button, Rosberg- que iban siendo sustituidos por otros carentes de dicho talante.

Sin embargo, desde 2019, se produjo la gran renovación, esa temporada se produjeron una serie de incorporaciones de talentos que desbordaron la F2 el año anterior, a los que debemos sumar otros pilotos que pese a haber debutando años atrás, se consolidaron como pilotos capitales. Hablamos de los debutantes Norris, Russell, Albon, y los consolidados Gasly, Sainz, Leclerc, e incluso Stroll, a los que antes o después se sumaron otros nombres como Tsunoda, u Ocon. La que bien podría llamarse generación del 19’ -aunque no todos los mencionados llegaron ni corrieron ese año- pisó con fuerza desde el día 1 dándonos como resultado la heterogénea parrilla actual, en la que grandes campeones veteranísimos -Vettel, Kimi, Alonso, Hamilton, Pérez, …- luchan rueda a rueda con sus sucesores naturales.

Con esta garantía de calidad de cara al futuro, podemos decir sin miedo a equivocarnos que el nivel de la competición se ha elevado a un punto tan álgido como la década de los 60’ o la segunda mitad de los 80’ junto con la primera de los 90’. Prueba de ello, el campeonato del mundo que venimos de vivir, con una intensidad a la altura de muy pocos.

El show

Recapitulando un poco en todo lo anterior y en la historia reciente de la categoría reina del automovilismo, hay un cambio de dinámica muy claro, desde la irrupción de Liberty Media como propietarios de la marca F1, los cuales sin duda han aportado enfoques novedosos y promovido el espectáculo, de la forma en que se hace en otros deportes. Este factor “show” que va desde el reglamento técnico hasta la imagen en redes sociales, la producción de series de televisión, y la realización de eventos. Algo que sin duda necesitábamos los fans de toda la vida, y el propio deporte para atraer nuevos seguidores.

La nueva era 2022, tiene sello un “Liberty” que se puede ver en todos los sentidos, y que dada la gestión que han hecho hasta el momento, no hay motivos para creer que vaya a decaer, simplemente evolucionará, y lo hará además comprometido con diversas causas urgentes para el ser humano, tanto sociales como medioambientales.

Por si fuera poco, a este espectáculo garantizado tenemos que añadir grandes alicientes como la opción de tener a un nuevo rey en solitario de la F1 -si Hamilton consigue su octava corona-, el hambre desmedida de las jóvenes promesas que ya están llegando a los equipos punteros, nuevos monoplazas, nuevos circuitos, con el calendario más largo de la historia; y una igualdad a nivel de inversión que contribuirá a que la lucha sea más abierta y trepidante.

Así que sin más preámbulo abróchense los cinturones porque nos aguarda un prometedor futuro. Esto empieza ya.

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